Al final, las espinas se convierten en fémures

29 Jul

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Una noche de verano apareció. Así, sin más. No veía su rostro desde hacía mucho tiempo. Éramos jóvenes, muy jóvenes. Todavía recuerdo las palabras que le dijo a su amigo. Siempre las recordaré, aunque no fui yo quien las escuchó. 1998. Quince años. Durante quince años siempre estuvo en mi memoria. Y una noche de verano, apareció. Así, sin más.

Y en ese momento, algo dentro de mí comenzó a latir muy fuerte. Muy, muy fuerte. Las palabras no consiguen expresarlo. Mucho tiempo sin esa sensación. Quiero gritar a todo el mundo que le he visto. Pero no hay nadie. Nadie.

Las palabras dicen que eres tú, las imágenes, no. Siempre me costó recordar tu cara. ¿Por qué? ¿Por qué no puedo recordarte? Recuerdo una persona sin rostro, una voz grave, hipnótica, pero no recuerdo tu cara. ¿De qué color eran tus ojos? ¿Cómo era tu sonrisa? No lo sé. Y no consigo recordarlo. Pero sí recuerdo la sensación cuando estaba a tu lado.

Esa noche de verano apareciste. Es extraño, porque aunque las palabras y mi corazón digan que eres tú, mis ojos dicen que no lo eres. No te reconozco. No eres la misma persona que conocí hace tiempo. Pero tampoco me reconozco yo. No soy la misma persona que era hace tiempo. ¿O sí lo somos?

Nunca dije lo que quería decir. Quizás ahora deba hablarte. Quizás no.

Al final, las espinas se convierten en fémures.

Una respuesta to “Al final, las espinas se convierten en fémures”

  1. Puche 27/08/2013 a 5:33 PM #

    Aaaay cuanto dramatismo!!!!

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